DOMINGO XXII, a
En este domingo la
liturgia de la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre nuestro servicio a Dios y la renuncia a nuestros propios intereses
para seguir los pasos de Jesús.
La primera lectura del
profeta Jeremías nos pone en sintonía
con la experiencia de alguien que sufre por haber sido elegido por
Dios. Al mismo tiempo el profeta sabe
que el Señor lo ha seducido para servirlo: “¡Tú me has seducido, Señor, y yo me
dejé seducir!” (Jr 20, 7); sin embargo el profeta reconoce que por causa de
esta misma seducción que le ha hecho Dios, él debe soportar burlas e
incomprensiones: “soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí”.
Pero, en todo esto el profeta se siente
animado como por un fuego del amor de Dios que lo ha conquistado y que lo
impulsa a proseguir con su misión más allá de las dificultades.
El evangelio de Mateo
(16,21-27), viene a reforzar esta experiencia: para seguir a Cristo es preciso
saber renunciar a uno mismo, cargar con su cruz y disponerse a lo que sea, incluso a las dificultades del camino. El
mismo Cristo da el ejemplo. En efecto, Jesús anuncia su pronto sufrimiento por
causa de la salvación de la humanidad.
Pedro no comprende, ni quiere por nada del mundo que le pase algo a su
Maestro, y él lo reprende vivamente, porque tiene aún “pensamientos de
hombres”... A Pedro le cuesta, como a
nosotros, comprender que Jesús el Hijo de Dios puede sufrir. Cuesta aún pensar
que puede morir en una cruz. Peor todavía nos costará entender que el que
venció la muerte puede permitir que haya gente que sufre y que la pasa mal (¡!)
Eso es normal en nuestro modo humano de pensar. ¿Cuál es modo de pensar de
Dios? ¿Cómo comprenderlo?
Dios nos demuestra
visiblemente su amor a través de la pasión-muerte y resurrección de Cristo: en
la cruz (con todo lo que implica:
dolor, sufrimiento, humillación) se manifiesta la fuerza salvadora de Dios, su
amor para con todos; es allí en la cruz
que se manifiesta la ternura infinita de Dios.
Quien ha sido tocado por Dios, incluso en el
dolor, debe saber dejarse iluminar por ese modo de pensar de
Dios: que es el modo de entregarse, donarse, disponerse al querer del Creador.
Lo cual implica también estar preparado
para sufrir por causa de Dios y por el bien
de los demás. Quien quiere
vivir del amor de Dios se dispone a aceptar la vida con sus
contradicciones. Y, claro que siempre habrá muchos obstáculos en el camino de
la fe. Pero vencerán aquellos que quieren
que Jesús el Hijo del hombre sea su principal fundamento de vida. Él
pagará a cada uno según sus obras. No son obras realizadas por realizarse, sino
obras realizadas con amor. Víctor Frank, víctima de la tortura
nazi asegura que sólo el amor pudo
apaciguar su dolor en sus duros tiempos del holocausto (cf. El hombre en
busca del sentido).
El amor y solamente el
amor es el criterio indicador con el cual evaluaremos nuestra seriedad con la causa de Dios y de los demás. Por eso en
la segunda lectura de la carta a Rom 12, 1-2, San Pablo nos recuerda que
debemos ofrecernos a Dios como víctima viva, santa y agradable a Dios... con la
capacidad de discernir la voluntad de Dios y así hacer lo que es justo, lo
bueno, lo que agrada... porque seguir a Cristo implica comprender que Dios
nos ama y que en la cruz se resume dicho amor, y que día a día participamos
de esa misma cruz, llevando la nuestra con
amor, con libertad y con
esperanza en la vida eterna. ¡Dios nos
dé tanto amor que nada pueda paralizarnos! ¡Su amor apacigüe el dolor de los
que sufren! Y que nuestra cercanía con los dolientes suavice el ardor de sus
penas y les devuelva la sonrisa de la esperanza. (Bolivar Paluku Lukenzano
aa).-